¿Por qué te va la vida en aprender a decir no?

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La dificultad en decir no es un tema recurrente en mi consulta de coaching. Las consecuencias de esta baja capacidad son directas e impactantes, como por ejemplo:

  • Sentirse desbordado por tener decisiones que entran en conflicto entre ellas
  • Ausencia de tiempo para lo que tiene sentido para uno, sea en el ámbito profesional o personal
  • Resentimiento por tener que llevar adelante decisiones sin sentirse comprometido con ellas
  • Sensación de vivir bajo presión por la multitud de compromisos adquiridos
  • Sensación de no tener voz sobre el rumbo de la propia vida

Debajo la dificultad de decir no

Las dificultades en nuestra capacidad de decir que no o que sí, son la punta del iceberg de cuestiones más profundas. A mi entender:

  • ¿Cuán conectado estoy con mis prioridades vitales y profesionales? ¿Cómo las expreso?
  • ¿Cuán enraizado estoy sobre lo que es realmente mi trabajo en esta vida? ¿Cuál es mi centro de gravedad vital?
  • ¿Cuán apegado estoy a patrones de comportamiento que quizás ya no me sirvan?
  • ¿Cuáles son mis creencias y juicios sobre decir sí y decir no no?
  • ¿Qué siento en mi cuerpo cuando digo sí o digo no?
  • ¿Cuán importante es para mi lo que los otros piensen de mi? ¿Qué emociones siento cuando doy un no?
  • ¿Cuál es mi capacidad de conversación? ¿Cual es mi nivel de conciencia sobre mi capacidad de crear distintas realidades a través de conversaciones?

En Immunity to Change, Kegan y Laskow hablan de los distintos niveles de conciencia o mente según nuestro desarrollo personal. En la base de ellos está la “mente socializada”. Desde este nivel de conciencia las personas se ven muy influidas por lo que creen que los otros esperan de ellos, y como esto puede dar respuesta a su supervivencia, relaciones, y necesidades de autoestima. Sufren mucha ansiedad por el hecho de ser juzgadas y por poder cubrir sus necesidades. No es de sorprender que desde este nivel de conciencia, decir que no resulte muy difícil.

A medida que nuestra mente evoluciona, hacia una “mente que se crea a si misma” somos capaces de desarrollar un centro de gravedad en nuestras vidas y discernir prioridades. Con ello, nos resulta más fácil decir que sí y decir que no guiados por nuestro centro.

El continuum entre el sí y el no

El lenguaje es una simplificación de la realidad. Entre un si y un no, existe un continuum de posibilidades, que nos brindan matices a la hora de saber lo que queremos y expresarlo.

A un extremo del NO tendríamos:

no incondicionalmente > no bajo esta circunstancia > no ahora >

seguidos por el SI:

sí pero más tarde > sí bajo esta circunstancia > si incondicionalmente

Resulta interesante darse cuenta que el si y el no circunstancial son paralelos, pues lo que estamos haciendo es condicionar nuestra respuesta a un escenario que encaje en nuestras vidas y prioridades. Por ello, nuestras capacidades de conversación determinan el grado en el que podemos imaginar realidades, formas de ser y hacer, y comunicarlas con gracia para alinear nuestro propósito vital con lo que la vida nos ofrece.

La conversación conmigo mismo

El paso más importante para disolver dudas y encontrar la fuerza necesaria para decir si o no es la conversación con nosotros mismos. De mi amiga y maestra Ana Arrabé aprendí que decir sí y decir no es en esencia lo mismo. Siempre que decimos que si a algo, estamos diciendo que no a otra cosa. Y vice-versa. Por ello, antes de decir que si o decir que no, me pregunto ¿A qué estoy diciendo que sí con esta decisión y a qué estoy diciendo que no? ¿Está alineado con mis prioridades vitales, con mi propósito vital?

Formas que informan

Una vez tengo claridad respecto a mi decisión, es necesario comunicarla…. ¿O no? Durante un tiempo me sentía con la necesidad de declarar mis decisiones y dar justificaciones. Con la práctica me he dado cuenta que no es necesario, pues el fluir de la vida y nuestras acciones mandan fuertes señales a nuestro entorno.

En cualquier caso, al responder sí o no, tenemos la oportunidad de explicar el porqué de nuestra decisión. De forma opuesta, también podemos responder si o no, sin dar ninguna justificación. En algunas culturas “no” se considera una frase completa. Resulta sorprendente la de veces que las personas no piden justificación ante un “no” enraizado.

En nuestra cultura de las prisas e inmediatez, la opción del humilde “no lo sé”, necesito tiempo para pensarlo o pedir aclaraciones para poder tomar una decisión más informada, es una carta poco usada, y sin embargo muy útil.

Más allá de las palabras, existen formas de responder a través de nuestro silencio y nuestros actos, dejando que éstos hablen por nosotros.

Con derecho a equivocarnos

La práctica nos hará sabios. Y al mismo tiempo, seguiremos equivocándonos.
De mi abuelo aprendí la importancia de respetar la palabra dada. Durante años una vez tomada una decisión, no me permitía corregir, tragándome las consecuencias de mi equivocación. Agradecida por su lección y reconociendo su sabiduría, he aprendido los matices de la misma, que se resumen en darse a uno mismo la oportunidad de corregir.

Sin duda que la confianza que los otros tienen en nosotros se verá minada si a cada rato cambiamos de opinión. Sin embargo, si de vez en cuando nos damos cuenta de que nos hemos equivocado y hemos dicho que si en lugar de decir que no, o vice versa, comunicarlo nos brinda oportunidades. La oportunidad de reconocer nuestro error desde la vulnerabilidad; la de ser compasivos con nosotros mismos; la de realinearnos con nuestro propósito y con la vida.

Práctica

Durante la próxima semana pon atención cada vez que vayas a decir que sí o que no en tus decisiones, sean grandes o pequeñas, y pregúntate: ¿Te has dado tiempo para una conversación contigo mismo antes de tomar una decisión? ¿Si es así, cual ha sido la calidad de la misma?¿En el momento, has sentido el impulso a decir que sí o que no rápidamente? ¿Que sentías en tu cuerpo en el momento de decir sí o no? ¿Qué emociones estaban presentes, existía miedo, tristeza, culpabilidad, serenidad…?

Anota tus reflexiones a diario y al final de la semana, relee lo que has escrito. ¿Qué has aprendido de tu forma de tomar decisiones? ¿Qué prácticas te pueden ayudar a mejorarla?

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