Un espacio para crear

El Burren, Irlanda
Este verano, durante los días que pasé en Irlanda en familia, descubrí un rincón muy especial: “Sea Harts”. En el pintoresco pueblo costero de Lahinch, en una callejuela de poco tráfico, el lugar nos atrajo por puro magnetismo. Mi hija de casi tres años y yo, entramos y vimos a un grupo de niños cada uno concentrado en lo suyo: uno estaba terminando un barco de vela, otro acabando de pintar una piedra de playa como si fuera una oveja, otro comprobando que lo que había pintado estaba ya seco. De pronto me sentí como en el “Planeta imaginari” – no puedo creer que haya encontrado una versión del mismo! -, un programa infantil de TV2 que con el Claro de Luna de Debussy de banda sonora, evocaba universos de posibilidad en mi. En el espacio, una mujer de aire élfico nos invitó con una sonrisa. Me gustaría conocer un como funciona, como participar…le dije, nos encanta crear, confesé. Estáis en el sitio bueno entonces, dijo Rachel con las orejas de punta escondidas detrás del pelo rubio. Nos explicó como funcionaba todo, básicamente todos los materiales: arena, conchas, piedras, palos, pintura, purpurina, hilos, botones, plumas, telas…. estaban disponibles para ser usados con la intención de crear aquello que quisiéramos. Las estanterías estaban llenos de ejemplos de lo que era posible. Piedras redondas convertidas en graciosos caracteres, con gorra y bufanda, animales de todo tipo, barcos, colgantes, cuadros, pájaros y un largo etcétera. Al día siguientes ya estábamos allí.
Una hora para crear
Después de ponerle la bata a la pequeña, y acompañarla a buscar materiales, Rachel me preguntó: ¿Tu también vas a crear? Pensé, no voy a poder, tendré que acompañar a la peque, con todo la de materiales que hay aquí, podría montar una gorda. Y sin embargo, de mi boca salió un “me encantaría”. Fantástico dijo ella. Entonces tu misma, ya sabes, todo está a tu disposición. Sentí una excitación interior. Desde ser madre que no he podido pintar casi nada, así que aquello era como un tíquet al paraíso de una hora. Empecé a recolectar materiales. Un palo que en realidad era una serpiente, una piedra que quería expresar los colores de Irlanda: blanco, verde, azul y gris, con toques de color de las variadas flores. Concentrada en mi labor creativa, una parte de mi atención seguía a mi hija que acompañada de Rachel estaba en pleno viaje creativo. Decidí observar y contener mis ganas de intervenir a no ser que fuera realmente necesario.
¡Si, si, genial! ¿Quieres más? ¡Adelante! ¡Es fantástico!
Ella había elegido una piedra redonda del tamaño de un puño. Lo primero que quiso hacer fue ponerle unos ojos de plástico pegados ¿Quieres pintarla, le preguntó Rachel? En inglés, señalando a las pinturas. A ella le encendieron los ojos y dijo si. Yo pensaba “pintura, va a armar una buena, nunca ha pintado en pincel”. Le dieron un pincel y le preguntaron qué colores quieres, mira hay estos de aquí: cogió el verde. Tomando una buena dosis del mismo – demasiado pensé yo- lo puso en la paleta. Allí cogió el pincel y empezó a pintar la piedra. La pintura se acumulaba en la piedra – imposible que luego se seque pensaba yo, es demasiada, además habiá tapado los ojos. Sin embargo, Rachel decía: “Que bien lo haces, así, así muy bien” “Más, adelante!” y ella sonreía encantada. Cuando la piedra parecía chorrear de pintura, Rachel le dijo, mira quieres ponerle arena de colores? enseñándole el bote. De nuevo, la pequeña refulgía de posibilidad, como diciendo, no solo me lo muestras, sino que me lo das! Entonces empezó a espolvorear la piedra con purpurina naranja. Rachel, con algunas telas en la mano le dijo, mira te gustaría emplear alguna de estas? Ella eligió una de plateada. ¿Donde la quieres? Aquí dijo ella. Ah, quieres ponerle una falda susurraba Rachel, que hábilmente pegaba la tela con una pistola de de silicona. Quieres la falda solo por delante o también por detrás. También por detrás dijo convencida. Estupendo, celebraba Rachel, está quedando magnífico. En ese instante vio una pluma y la cogió. Para ponerla en la piedra. Dónde la ponemos preguntó Rachel? La peque dijo, aquí – yo pensaba, pero si no le cabe nada a la pobre piedra, pero me equivoqué. Entonces vio el pincel y lo cogió de nuevo. A mi me salía el instinto de decir “no, ya has pintado demasiado, la pintura se está secando”. Pensé que esto es lo que iba a salir de la boca de Rachel, pero nada más lejos, sino un “¿Ah, que quieres volver a pintar? ¿Ahora en azul? Espera que te ayudo”. La piedra, sorprendentemente absorbió algunas pinceladas más de azul. Mi hija se veía saciada y feliz, y de algun modo había puesto la atención en otra cosa. “Parece que has terminado, dijo Rachel” y la acompañó a buscar materiales para otra creación.
Más allá de sostener el espacio
¿Cuántos espacios tenemos en los que todo sea posible, y en el que nadie nos diga “esto no lo puedes hacer” o “mejor hazlo de esta forma”? Es decir, espacios de aceptación total de lo que hacemos y por tanto de lo que somos. A mi entender, muy pocos. La buena noticia es que los adultos podemos crearlos nosotros mismos. ¡Por nuestro bien! No tienen que ser de mucha duración, ni tampoco de gran espacio físico. Se trata más bien de cómo nos relacionamos con nosotros mismos al estar en ese espacio/tiempo.
En estos espacios podemos dibujar, garabatear, hacer cualquier tipo de manualidad, bailar, componer, cantar,…tanto si estamos sólos como en compañía te invito a considerar la ley número uno de la improvisación. Aprendí esta cuando de la mano de Pluribus, empecé a facilitar sesiones de formación en diversidad e inclusión para grandes empresas. Al tratarse de contratos grandes y en varias partes del mundo, nunca sabías con quien ibas a co-facilitar el taller hasta media hora antes de mismo o con suerte el día anterior. La regla de la improvisación era fundamental: Pase lo que pase durante la sesión, en ningún caso vamos a contradecir ni a corregir aquello que ha dicho el otro. En lugar de decir “pero” vamos a utilizar el “y”. Las sesiones fluyeron de maravilla y disfruté de algunos de los momentos de co-creación grupal más potentes de mi vida.