Barbecho, servicios mínimos y morir
Contemplando
Un eucalipto que suavemente ondea con el viento. Ramas. Detrás campos segados. Más eucaliptos. Alguna casa y montañas de relieve bajo. Grillos estridentes, pájaros que intercalan sus cantos. Golondrinas que silban con su volar travieso. El rumor del viento. Cuatro eurofighters atronadores desgarran el cielo durante unos segundos. Después calma.
Esto entra por mis sentidos esta tarde de julio, y se convierte en mí. Desde que empecé vacaciones, la resistencia al dolce far niente ha ido disminuyendo y ahora es casi imperceptible. Estas líneas surgen de un deleitarse en el mismo, amplificando estos instantes ovillo, de lo sin forma ni nombre.
Barbecho
Esta primera mitad de año ha sido intensa en muchos sentidos. Ahora mi cuerpo y mi alma están listos para soltar. Soltar la tensión de los horarios que reina durante todo el año. La logística familiar y profesional. Un escenario conocido. Y otras cosas que poco a poco ceden con la ralentizar de las horas.
Adopto la metáfora del campo en «barbecho» y te invito también a considerarla. No importa de cuánto tiempo dispongas, sean horas, días o semanas. Por un momento imagínate que eres un campo, un pedazo de tierra que ha producido sin reposo este año y ahora necesita no hacer. Sólo estar. Tan sólo recibir. La luz del sol, la caricia del viento. Animales que se pasean en ti, que comen, excretan, copulan. Recibes los cantos, gemidos y susurros de la orquesta de la vida. Dejas que broten en ti flores desconocidas. Nidos que te reconocen como el espacio que buscaban. Sientes como los árboles continúan surcar sus raíces, no importa cuán áspero o húmeda esté tu tierra. Te riegan lluvias de estrellas y puestas de sol. Recibes el excremento del zorro, las hormigas que te remueven, gritos y juegos de todo tipo. En medio de esto descansas. Eres. Escuchas. Te serenas.
Servicios mínimos
En este entorno agrícola mediterráneo, me fijo en los mamíferos que me rodean. Las vacas, de por sí tranquilas, se mueven en este calor más despacio todavía y cuando lo hacen es para comer, beber o rascarse. Los caballos hacen una versión de lo mismo, incluyendo algún juego después de que se ponga el sol. Los perros yacen.
Van pasando los días y – al igual que los animales – mi impulso a hacer es realmente bajo. Me declaro en servicios mínimos. Algún juicio moral me repite algo hasta que se cansa. Transmuto el aburrimiento en contemplación. Suelto el «podría hacer esto» por «esto puede esperar». Cambio el «aprovechar el tiempo» por «ya está todo hecho». Sustituyo el «hacer el vago» por «descansar y regenerarme».
Dejar morir
Y desde este ser contemplativo, nace un diálogo de fin de ciclo e inicio de uno nuevo. En este espacio, veo mi vida como si no fuera mía y se dibuja con claridad aquello de mí que ya no necesito. Miedos entretejidos de ternura y apego. Decisiones sin tomar a punto de caducar. Formas de hacer cautivas de ideales absurdos. Las miro, las observo y participando en una determinación más grande que la mía propia, las suelto. Al hacerlo, conecto con las evocadoras palabras de Pema Chödron «El viaje hacia la iluminación consiste en soltar, no en acumular. Es un proceso continuo de abrirse y rendirse, como quitarse capa tras capa de ropa, hasta quedar completamente desnudos, sin nada que esconder. No sirve sólo pretenderlo, haciendo una gran exhibición de desnudarse para luego ponérselo todo de nuevo otra vez, cuando nadie está mirando. Nuestra rendición debe ser genuina. »
Entiendo este rendirse como un soltar formas de hacer que se han quedado obsoletas y ya no te sirven, como la carcasa que los grillos perforan y dejan atrás antes de volar con sus nuevas alas – descubrimiento naturalista del verano. No te engañes por ello, dejar ir es una forma suave de referirse a la tarea que realmente tienes entre manos: dejar morir una parte de ti. Y raramente la sombra de la muerte deja indiferente. Por ello soltar cuesta tanto, aunque sea para deshacerte de lo que ya no te sirve. La buena nueva es que no es necesario que sepas cómo hacerlo. Sólo tienes que decidir hacerlo y declarar tu intención a ti mismo o a otros.
Mirada interior
Encuentra momentos, días o semanas en los que sumergirte en el ser, ponerte en barbecho. Declárate en servicios mínimos. Observa tu vida y en ti mismo. Obsérvate en el ser, en el hacer y en relación. En este espacio, pregúntate: ¿Qué tienes que soltar en este ciclo que ahora se acaba? Qué debe morir en ti para que tus nuevas alas puedan desplegarse?
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Cambiando de segunda piel (II)
Sentir como portal a tu razón de ser
Sentir también es un portal para indagar sobre tu propósito, sobre la razón por la que existes. Este tema es la piedra angular de mi práctica de coaching además de la exploración central del libro que estoy escribiendo. Por ello te pregunto: ¿Cuando es que te sientes más vivo, energizado? ¿En que momentos sientes que tu vida tiene sentido? ¿Qué haces y como? ¿De qué forma está esto relacionado con tu propósito aquí?
Conectando con tu forma de hacer
Considerar estas preguntas y abrirte a lo que sientes te conectará con tu forma única de hacer las cosas, sin importar cuan grande o pequeño sea tu empeño. Así fue en mi caso, al permitirme sentir el vértigo ante la tarea que tenía delante. Podía haberlo tirado todo y no pensar más en ello, pero no me hubiese sentido yo misma al hacerlo. Es más, al hacerlo me acerqué más a mi misma, a mis valores y mi forma de ser.
La vida nos ofrece oportunidades constantes para convertirnos más en nosotros. Una forma de pasarlas por alto es etiquetando sutilmente cada empeño como trascendente o intrascendente. Importante o sin importancia. Esto crea una experiencia limitada en la que das tu atención plena a lo importante y la retiras cuando crees que no lo es. Sin embargo, la vida transcurre en cada momento. En cada momento. Y tu razón de existir tiene la capacidad de manifestarse también en cada momento. Mientras te atas los zapatos. Mientras friegas los platos. Mientras llevas los niños al cole. Mientras lees este post. Cada uno de estos momentos está embarazado. Contiene todos los elementos para abrirse a través tuyo de forma única. Pero para hacerlo necesita tu atención. Tu atención plena. Sentir, escuchar, recibir. Responder a la invitación de abrirte a una forma tuya, plena y auténtica de hacerlo. Cuando hablo de abrirte no significa hacer una lista de opciones en tu mente y elegir estratégicamente una de ellas, sino más permitirte algo que de alguna forma ya está allí, pero que necesita de tu atención para mostrarse, para revelarse.
Mirada interior
Te invito a poner la atención en algo que consideres poco importante. Y cuando vayas a vivirlo o a hacerlo, darle toda tu atención. Simplemente observa. Tus pensamientos, las sensaciones en tu cuerpo, tus emociones. Ahora, considera esta pregunta: ¿Qué quiere mostrarse a través tuyo en este momento? ¿Qué quiere manifestarse a través de tu atención? ¿Cómo puedes participar en ello?
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