Por qué no importa aquello que te depara septiembre
Artículo publicado el 15.08.20 en el periódico digital 20 minutos.
Sin visión
Miro al septiembre próximo y veo una nube blanca como el cielo panza de burra de las montañas donde veraneo. ¿Habrá cole y con él volverá cierta cordura a padres y madres? ¿Volveré al nivel de trabajo pre-confinamiento? ¿Se seguirá extendiendo el virus?
A menudo me sirvo de una visión para guiarme en cada periodo, pero esta vez no consigo crear una. El no saber me genera angustia. Intento informarme de expertos. Aquellos que saben lo que vendrá. Tampoco se ponen de acuerdo. Y aunque lo hicieran dudo que los fuera a creer. Me doy cuenta de que la mente no puede vencer el no saber. Juegan en ligas distintas. La mente crea un planeta y dice esta es la realidad. Cuando la incertidumbre rompe esta proyección, la mente simplemente se queda sin recursos, más allá de dar más y más vueltas a lo mismo.
¿Cómo aproximarse a no saber?
Si el no saber no se puede aproximar desde la mente, ¿desde dónde? Pues desde la cruda experiencia del aquí y al ahora. Desde el sentir consciente del cuerpo. Desde experimentarme como la consciencia que soy. En este espacio, la mente es accesoria. Basta saber que respiro, que existo y ocuparme de aquello que surge en cada momento.
Mi mente vuelve a septiembre. ¿Hasta qué punto habrá hecho mella en nosotros la crisis económica? ¿Cómo afrontará el sistema sanitario la gripe combinada con el corona virus? ¿Podremos proteger a las personas más vulnerables?
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Ruta interior para la desescalada
Artículo publicado el 12.05.20 en la versión digital del periódico 20 minutos.
Desescalada
Es la octava semana de cuarentena. Ahora le llaman desescalada. Para desescalar uno tiene que haber previamente escalado. Y sin embargo, yo no siento haber escalado nada. Más bien sé que he descendido a un lugar profundo. A las entrañas de lo que significa vivir en sociedad. Un lugar al que he sido llevada sin haberme preguntado si quería ir.
Una regresión de libertades para contener un mal mayor. Lo acepté resignada, como quien sube a un avión sin saber adónde se dirige, ni tampoco cuál es el precio del pasaje. No por casualidad, este ha sido el repetitivo argumento de mis sueños durante estos días de confinamiento.
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